Y ahora voy a pensar en lo que merezco. Ni en lo que necesito ni en lo que deseo ni en lo que tengo ni en lo que me falta. En lo que merezco.
Merezco que te desvíes hasta mi puerta solo para darme un beso. Merezco que, en tu reloj, yo le gane el pulso al tiempo.
Merezco que quieras coger mi mano y que al hacerlo te sientas lleno, nervioso, orgulloso, un niño.
Merezco que me traigas el café a la cama… al menos una vez. Merezco que me des la oportunidad de hacerlo también contigo. Merezco que me sonrías al despertar. Que me beses en la calle. Que me presumas con tus amigos. Que no te avergüences si en el bar me pongo a cantar.
Merezco que apagues el despertador a la primera si yo no tengo que madrugar. Que me esperes con la toalla preparada al salir de la ducha. Que respetes que no me gusten los paraguas pero que odie que la lluvia me moje el pelo. Que a veces dejes pasar que conteste tonterías cuando la cosa se pone intensa. Que mis hombros sean uno de los sitios preferidos de tus labios.
Merezco que nos enviemos canciones un poco ñoñas y luego nos pongamos fieros en el sofá. Muy fieros. Que me pongas en duda, me des la razón o me lleves la contraria según clame el cielo… o tu pecho.
Merezco que nunca me dejes con la palabra en la boca, que pienses antes de hablar, que te preocupe cómo me harán sentir tus palabras o tus silencios, que respetes la mujer que soy.
Y lo merezco.
A cambio, pagaré con una moneda diferente pero de igual valor, que con otros gestos te dé aquello que tú mereces. No puedo prometer cambiar mi naturaleza por la tuya, ser el reflejo de tu espejo, pero sí equilibrar la balanza entre tu emoción y la mía.
Y si no estamos de acuerdo… y si no crees que es esto lo que merezco, despidámonos con un abrazo y deja espacio para que yo misma me dé aquello que quiero.
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