domingo, 15 de mayo de 2022

¿En qué momento dejé de ser todo esto?

Verificado

Era una mujer exceso, a la que le crecían flores entre los pechos y le brotaba vino de los dedos.
Era una mujer que sonaba a palmas y carcajadas, cascabeles, música y libros.
Era una mujer que no entendía ser vergüenza y ser secreto, que eligió ser escogida y presumida.

Era una mujer cansada de los tipos a los que les molestaba el viento y que un día dijo “a la mierda con tanto ruido”. 

 Y ahora voy a pensar en lo que merezco. Ni en lo que necesito ni en lo que deseo ni en lo que tengo ni en lo que me falta. En lo que merezco.


Merezco que te desvíes hasta mi puerta solo para darme un beso. Merezco que, en tu reloj, yo le gane el pulso al tiempo.
Merezco que quieras coger mi mano y que al hacerlo te sientas lleno, nervioso, orgulloso, un niño.
Merezco que me traigas el café a la cama… al menos una vez. Merezco que me des la oportunidad de hacerlo también contigo. Merezco que me sonrías al despertar. Que me beses en la calle. Que me presumas con tus amigos. Que no te avergüences si en el bar me pongo a cantar.
Merezco que apagues el despertador a la primera si yo no tengo que madrugar. Que me esperes con la toalla preparada al salir de la ducha. Que respetes que no me gusten los paraguas pero que odie que la lluvia me moje el pelo. Que a veces dejes pasar que conteste tonterías cuando la cosa se pone intensa. Que mis hombros sean uno de los sitios preferidos de tus labios.
Merezco que nos enviemos canciones un poco ñoñas y luego nos pongamos fieros en el sofá. Muy fieros. Que me pongas en duda, me des la razón o me lleves la contraria según clame el cielo… o tu pecho.
Merezco que nunca me dejes con la palabra en la boca, que pienses antes de hablar, que te preocupe cómo me harán sentir tus palabras o tus silencios, que respetes la mujer que soy.
Y lo merezco.
A cambio, pagaré con una moneda diferente pero de igual valor, que con otros gestos te dé aquello que tú mereces. No puedo prometer cambiar mi naturaleza por la tuya, ser el reflejo de tu espejo, pero sí equilibrar la balanza entre tu emoción y la mía.

Y si no estamos de acuerdo… y si no crees que es esto lo que merezco, despidámonos con un abrazo y deja espacio para que yo misma me dé aquello que quiero.

 Te imagino aquí acurrucado y siento una mezcla de placer, vértigo, miedo, calma y culpa. Cuando te imagino siempre hay niebla en todas partes, hasta entre mis dedos. A lo mejor imaginarte es como pasear por Londres y yo aún no lo he entendido.

Por no entender, no entiendo nada más que la solidez del deseo y el vacío enorme que crea la necesidad que lo llena todo. El hambre, la sed, el frío, el fuego en la boca. La boca reseca de tantas ganas chorreando por la barbilla.

No entiendo el tiempo, no entiendo no cumplir con la norma, no entiendo qué me pasa por dentro cuando estás dentro ni tampoco lo que ocurre cuando sales. No entiendo la culpa, no entiendo la falta, la ofensa ni el miedo. No entiendo dónde está el pecado en algo que no se puede evitar y que cuando se evita no es más que ropa empapada que espera en la cuerda de tender dejar de gotear sobre el suelo… mientras llueve.

 Lloro a menudo, casi siempre a solas, culpándome de lo que me sale mal. Soy así, aunque intento cambiarlo.

Estoy intentando quererme más y mejor. Unos días lo que veo en el espejo me satisface (que no me encanta) y otros me hace sentir tremendamente mal. No soy y no he sido nunca una mujer con un físico normativo; probablemente nunca lo sea. Me acomplejan partes de mi cuerpo.

Las palabras son importantes y lo que nos decimos a nosotras mismas construye la base de la relación que establecemos con ese yo íntimo y consciente.

Soy una mujer fuerte; lo he sido durante toda mi vida. Soy impulsiva. Soy un ser que ama. Soy muchas cosas malas y un puñado de buenas en las que me centro mientras intento corregir aquellas que pueda cambiar para ser más feliz. Pero, sobre todo, como tú que lees esto, también soy débil, también me duelo, también merezco ser amada, también aprecio el detalle, el abrazo, el regalo, también aspiro a recibir el mismo cariño que invierto en los demás.

Seamos amables, empáticos y complacientes con todo el mundo, incluso con vosotros mismos.